Hay algo de la obra fotográfica de José Antonio Carrera que conmueve. Por eso es arte. Lo que conmueve tiene que ver con la belleza de cada una de las fotografías, pero no sólo; lo que conmueve es también, y literalmente, una inquietud, surgida al margen - casi independientemente - de la belleza del encuadre.
Estas fotografías trascienden la representación y por este motivo inquietan e interpelan. Siguiendo a Enmanuel Lévinas, llamo “rostro” a lo que trasciende la representación. El rostro no es la cara. Y, por supuesto, el rostro convertido en objeto ya no es rostro. El rostro es invisible. Significa sin contexto, sin marco. No sólo relega el marco a segundo plano, sino que lo hace prescindible. Lo que nos inquieta es lo que cada una de esas personas expresa invisiblemente. Algo que tiene que ver con una altura y a la vez con una herida. Lo que conmueve es la herida profunda de lo humano, que nunca está delante, que no hay forma de representar y que tiene el carácter de lo verdaderamente misterioso.
El rostro “nos habla”, nos interpela. Pide respuesta. Esencialmente, lo que pide y a lo que nos llama es a la no indiferencia…Es como si, en un cierto sentido, la fotografía de José Antonio Carrera, más que una iniciativa, fuese literalmente la respuesta a la vocación. La vocación de responder a lo más humano del humano. De responder a la infinitud del rostro.
Por Josep María Esquirol. En medio del tiempo…alguien.
La ciudad se le muestra como un escenario, un escenario humano, un cruce de destinos, de relatos, un inmenso fresco sobre el que planea la soledad del individuo, un ser único enfrentado al mundo y solo ante él. Un espacio teatral donde apenas hay comunicación posible, hombres y mujeres que se cruzan pero se ignoran, personas que parecen escudadas en sí mismas, ajenas a cuanto las rodea.
Por Ana Vázquez de la Cueva. Ojos secretos en busca de un secreto
Hace años que José Antonio Carrera inició el primero de sus viajes a Colombia pertrechado de la literatura de Álvaro Mutis y de una cámara con la intención de rastrear las huellas esquivas de Maqroll el Gaviero. Recorrió la geografía cierta en la que vivían los personajes ficticios del universo creado por Mutis. Las imágenes que trajo de regreso son huellas de huellas, registros precisos de paisajes humanos por donde asoma el fatalismo apasionado de Maqroll. Carrera utiliza su cámara como un cuaderno de viaje. Una suerte de diario del que extrae algunas frases para que disponga de vida autónoma en forma de fotografías. Pero el verdadero argumento de estas fotografías es la fascinación de Carrera por el ser humano y su épica cotidiana.
Tiene José Antonio Carrera una rara habilidad para hipnotizar a las personas que retrata. Congela sus miradas y las convierte en interruptores de nuestra fantasía. Sus retratos tienen la vocación de la intemporalidad y la fotografía le ofrece la posibilidad de detener el tiempo. Sus imágenes son vehículos de los que nos apropiamos para hacer esa tautología imposible entre la realidad y los sueños. Carrera nos propone un juego de complicidades: él rastrea apariencias humanas de apariencia tangible y quienes lo leemos jugamos a poner historias en cada personaje. El resultado es un universo creado a partir de la literatura y colonizado e ilustrado por miles de imaginarios que intentan, con diferentes grados de intensidad, sintonizar con las claves inspiradoras de las novelas de Mutis.
Por Alejandro Castellote. Cuaderno de viaje.
Las fotos de Jose Antonio Carrera son preguntas. Iba a escribir que Carrera, él mismo, es una pregunta. Utilizar la fotografía para intentar hallar respuestas a preguntas que la propia fotografía formula, exige dejarse contagiar para comprender. Carrera selecciona, pero no discrimina, se coloca en disposición de rescatar, y así accede a la vida misteriosa y frágil de las culturas amenazadas de extinción, que hoy solo existen cuando alguien las mira. Hace retratos, sobre todo, como una forma de perpetuar la belleza de ciertos habitantes de Etiopía, de India, de Malí, de Kenia, de Mauritania, de Níger, ensimismados en la escasez, pero de los que brota una dignidad que no ha conseguido maltratar la tierra que los destruye.
Transmite a sus fotos, no la expresión de un apremio, sino una observación muy minuciosa, una vivencia que es al mismo tiempo física y espiritual, de los habitantes y de su entorno. Lograr que sus modelos sean dueños de su destino, requiere despojarlos tanto de exotismo como de rareza, y sólo se consigue mediante una larga paciencia, que deriva en una devoción por el misterio que alienta en cada ser humano. Sus fotos poseen esa inminencia de una revelación que nos concierne de un modo definitivo y general, como ofrendas que la memoria se hace a sí misma en un intento de recuperación del sentido perdido.
Por Francisco Solano. El lugar de las preguntas
El explorador y fotógrafo inglés Wilfred Thesiger dijo alguna vez a propósito del interés que despertaban sus fotografías, que lo que realmente retrataban eran recuerdos personales de sus compañeros de viaje o de encuentros casuales que habían ocupado instantes preciosos de su vida.
En el verano de 1995, siguiendo las huellas de Thesiger, viajé a Etiopía y al norte de Kenia donde él había vivido y viajado a lo largo de toda su vida. Etiopía acababa de salir entonces de una guerra, una revolución y dos sequías devastadoras, todo ello en el corto periodo de 20 años, y las terribles cicatrices del desastre estaban en todos los rostros y paisajes del país. He sentido en las aldeas y caminos que la lealtad a la palabra dada, la dignidad personal o la natural solidaridad en la desgracia se expresa con una convicción y autenticidad desgraciadamente poco habituales entre nosotros, como si el calor humano estuviera reñido con el desarrollo.
Por Jose Antonio Carrera